Ese soleado viernes, la banca del parque en la que habitualmente Luz tomaba su almuerzo, estaba ocupada, así que se sentó en la de enfrente. Antes de darle el primer mordisco a su habitual sándwich de atún escuchó una voz:
—Hola.
Luz miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Sacó su libro y se dispuso a leerlo.
—¿De qué va ese libro? —preguntó la voz masculina.
Luz miró para un lado y para otro, para arriba y debajo de la banca. Como no vio nada siguió adelante con el sándwich y la lectura.
—Léeme en voz alta linda—dijo la voz luego de un rato.
—¿Quién eres?, ¿Dónde estás? —preguntó susurrando al aire.
—Mírame, estoy acá abajo, al lado de la pata de la banca.
Luz se asomó y entre la maleza vio una flor de pétalos blancos con centro naranja. La flor dibujó una sonrisa y dijo:
—Hola guapa.
Luz tiró libro y sándwich al aire y se arrinconó al otro lado de la banca. Sigilosa volvió donde estaba la flor y se asomó tímidamente.
—¿Tú puedes hablar? — preguntó en voz muy baja.
—Por supuesto que sí —respondió fuerte y claro.
—¡Shhhhhhh!
—Desde hace tres días florecí y te vi —susurró—, eres más bella que cualquier flor.
Luz empezó a sentir que le venía la risa, trató de controlarla, de matarla, pero fue más fuerte que ella y entonces dejó escapar una carcajada.
—Una mujer bonita no coquetea, simplemente ríe.
Entre la risa, Luz recogió sus cosas y se fue de allí.
—¡Eh! No sabía que las rosas caminaran —se escuchó gritar a lo lejos.
Ella soltó otra risotada.
En la tarde con un poco de curiosidad regresó al parque y se sentó en la misma banca. Y aunque la flor parecía simplemente una flor porque no habló, escarbó con sus manos entre la tierra y se la llevó con sus raíces a casa. La sembró en una maceta improvisada en un tarro de mermelada, y la puso sobre la mesa de noche.
—Hasta mañana —le susurró en secreto antes de acostarse a dormir.
Al día siguiente la flor con una sonrisa la saludó:
—Siempre son buenos los días que se amanece junto a una flor.
—¡Si hablas! —exclamó Luz emocionada.
—Todas las flores hablamos —dijo con desidia estirando y mirando una de sus hojas—. Como flor salvaje me quedarían tres días de vida al lado de la pata de la banca, los cambié por uno solo al lado tuyo —añadió con voz sensual.
—¿Qué quieres hacer?
Tomaron el desayuno: Un poco de agua con cáscaras de huevo y tostadas con café negro, no había estiércol. A media mañana, la pérdida de un pétalo a causa del viento, terminó su caminata por el malecón más pronto de lo que esperaban. Se subieron a la bicicleta y se fueron lejos, hasta La San Antonio de Magdalena del Mar, donde no habría brisa que interrumpiera su almuerzo. Al terminar, Luz sembró en el tarro de mermelada la sombrillita de papel rojo que le dieron con el postre. La flor pareció complacida.
Fueron al supermercado y compraron una botella de leche con envase de vidrio, a la salida desperdiciaron el contenido en una alcantarilla. Puesta al revés la usaron como escudo para proteger la flor del viento proveniente del mar. Se sentaron en la playa rocosa a mirar las olas, los surfistas y el sol. Luz se dio cuenta que la flor se empezaba a marchitar. La destapó, la acercó a su boca y la besó.
—No me tires —la escuchó decir agonizante—, tienes que prometérmelo.
—Promesa de Luz y de flor.
Se fueron antes de que terminara el atardecer
A la mañana siguiente Luz llamó a la flor, pero no hubo respuesta. Con mucho cariño cortó su tallo sobre el ras de la tierra. Abrió su diario, puso la fecha y la pegó con un trocito de cinta adhesiva al lado del ala de una libélula con fecha de hace quince días.
Al terminar cerró el libro y lo abrazó con cariño.
Me encantó que ternura de cuento en mesio de la perdida y el amor
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