Zoótropo de Marzo

El lunes la vieron por primera vez. No le hicieron mucho caso. Era sólo una explorando sobre el escritorio. Leonor la aplastó con el dedo índice.

El martes, al recoger un tenedor que había caído al suelo, hallaron muchas más en fila yendo y viniendo con minúsculos cargamentos. Las siguieron y descubrieron que luego de entrar por un vértice de la puerta principal, se escurrían por todo el departamento al lado del rodapié hasta llegar al baño, donde desaparecían en un agujero entre dos azulejos.

El miércoles, Eduardo el esposo de Leonor, fue al supermercado a comprar espanta hormigas. Rociaron toda la casa.

El jueves visitaron a la familia de su amiga Ana.

El viernes aparecieron las hormigas de nuevo en el baño y en bandada.

—Parecen como de manifestación —dijo Eduardo.

—Como exigiendo su derecho a transitar —contestó Leonor.

—Miau —aseveró Marzo el gato olisqueando una de ellas.

Y los dos se echaron a reír.

¡Brushhhh! Pasó la escoba y todo al tacho de la basura.

El sábado limpiaron de nuevo con agua, jabón, vinagre blanco y repelente de hormiga. En la noche cansados y satisfechos se acostaron a dormir.

El domingo, en una zona menos acomodada de la ciudad, Ana leyó horrorizada en la portada del diario:

“Misterioso caso de pareja que amanece muerta en su cama sin cerebro deja en vilo a las autoridades”

—Eduardo y Leonor, vecinos de la municipalidad de San isidro, fueron encontrados muertos en la madrugada… —leyó Ana con voz temblorosa y entrecortada.

Su esposo tomó el diario y continuó leyendo:

—El maullido insistente de su gato, alertó a los vecinos que se comunicaron con las autoridades. —concluyó con un nudo en la garganta.

Hoy la tristeza se le sumaba al cansancio crónico de Ana.

Se había despertado a las seis de la mañana con la mirada insistente de su hija de cuatro años sobre ella. Le había echado un ojo a su marido aún dormido y resignada había encajado sus pies en las chancletas dejando escapar un suspiro.

Su cuerpo, aunque siempre estaba cansado, se transportaba con pasos ligeros y rápidos. Nunca había tiempo que perder y nunca nada podía esperar: el desayuno, los trastos, la ropa, las camas, la merienda, el juego, la escuela en casa, el almuerzo, la compra, la clase de patinaje los martes, la de inglés los jueves, la visita, la cena, el baño, y por fin la cría a dormir. Para luego seguir con los trastos de la tarde y entrada la noche coser y bordar para lo que siempre hallaba tiempo y energía pues era lo único que la hacía resistir.

Hoy se le sumaba a la agotadora rutina la triste misión de recoger a Marzo el gato de los difuntos.

—Lo prometido es deuda —le dijo a su marido antes de salir de la casa.

Las primeras calles las caminó de manera afanada con Marzo en su mente, pero luego del parque cada paso se le dificultó mas que el anterior. Se detuvo ante el semáforo en rojo de la avenida, cerró los ojos dejando escapar dos lágrimas y sintió quedarse dormida. El viento rozó su cara y la despertó para mostrarle que la luz ya se había puesto verde. Podía continuar.

Sus pasos se fueron volviendo pausados y largos, se acompasaron con lentos parpadeos, los ojos se le aletargaron más y más y más. Cuando por fin visualizó la parada del autobús se permitió seguir caminando sin mirar.

Entonces sus pies se derritieron, luego sus pantorrillas y muslos, hasta que su cintura llegó al suelo y se disolvió en el asfalto.

Pecho, hombros y cuello le siguieron.

Cuando ya solo quedaban su frente y sus ojos sobresaliendo del suelo, los abrió de nuevo, parpadeó un par de veces mirando el cielo azul y se dejó fundir en medio de la vereda.

A menos de un metro de la parada, el charco de su cuerpo se escurrió y cayó dentro de la alcantarilla mas cercana.

El miércoles, Eduardo que venía al supermercado a comprar repelente para hormigas, se sobresaltó al ver la foto de Ana junto a la palabra DESAPARECIDA, pegada sobre la puerta automática de vidrio.

El jueves visitaron a la familia de su amiga Ana.

El viernes aparecieron las hormigas de nuevo en el baño y en bandada.

—Parecen como de manifestación —dijo Eduardo.

—Como exigiendo su derecho a transitar —contestó Leonor.

—Miau —aseveró Marzo el gato olisqueando una de ellas.

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