Hoy hace 11 meses cambió mi vida para siempre y no solo porque mis acciones diarias se transformaron radicalmente si no porque mi manera de ver el mundo se modificó de manera radical.

Muchos románticos dirían que la vida de una mujer cambia el día que se entera que está embarazada, y si cambia en algunos sentidos, pero en mi caso nada comparado con el día en que nació mi pequeña Victoria. Algunas personas dice que para nosotras las mujeres es mucho más fácil tener un vínculo con nuestros hijos porque estamos conectadas a ellos 9 meses antes de que sus padres lo hagan, en mi caso… en mi caso debo admitir que pocas veces le hablé en voz alta mientras estaba habitando mi barriga, y que muchas de las veces que la sentí moverse dudé por momentos si se trataría de un pedo. ¡Ah! y que carajos, no me apena decirlo porque así fue, disfruté mi embarazo, ver como mi cuerpo se transformaba, sentir como mi alma se dividía, pero nada comparado con el día en que por primera vez vi a mi hija.

Lo recuerdo muy bien: Sábado, no mentira, Lunes, Lunes? jumm, no se, un día de la semana, eso sí a las 8:04 de la noche, a esa hora la vi por primera vez y lo primero que pude decir fue: “¡De verdad es linda!” (Ojo, decir eso de un pequeño humano semi morado untado de un ectoplasma blanco, es hablar de verdadero amor).

Ese verdadero amor fue el que me transformó y el que aun hoy hace de todos mis día un verdadero nuevo día. Ese amor puro me ha empezado a mostrar las verdaderas cosas importantes de la vida y me está ayudando a ignorar con total naturalidad las banales, pero ¡mejor aun! todos los días me ayuda a distinguirlas.

Hoy soy una mujer completamente diferente a la que era hace exactamente 11 meses, gracias a la mejor mentora, una pequeña humana que se viste de gremlin y me maravilla al mostrarme lo sencilla y linda que es la vida.