Conversación corta sobre la taxonomía de un reloj

La última vez que me encontré con un árbol parlante, me sorprendí mucho; primero, porque me tomó
por sorpresa y, segundo, porque pensaba que las veces anteriores, que me había ocurrido, se había tratado de
una alucinación debido a mi psicosis ya diagnosticada. Él hablaba en el antiguo idioma de los árboles, siempre parecido a las campanitas de los carros de helado que recorren la ciudad vendiendo paletas con sabores artificiales.
Tuvimos una conversación corta, si al cruce de dos argumentos se le puede llamar conversación. Él explicaba, hasta el cansancio, porqué los relojes, taxonómicamente, no pueden pertenecer a la familia de los platelmintos a pesar de dar la hora. Estaba seguro
de que tenían que hacer parte de la familia de los orangutanes, ya que a la hora de pronunciar la «h» no lo hacen. —Es para nada necesaria—. Explicaba que se refería más a la forma que a la actividad.
Yo le contesté, con gran amabilidad, que no estaba de acuerdo. Razonablemente, si de taxonomía estábamos hablando, era claro que el reloj pertenecería a la familia de las máquinas simples por su forma, y a la de la ciencia ficción por su actividad. Todo eso sin conocer muy bien el significado de la palabra taxonomía.
El árbol pareció enfurecido luego de mi respuesta. No dijo nada más, no sé si por haberle llevado la contraria o por mi terrible y amalgamada pronunciación: “Tilín tilíin tolón”.

Relato publicado en la Antología Los Iletrados proyecto ganador de la Beca a la Edición de Antologías de Talleres Literarios 2011 del Ministerio de Cultura de Colombia

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